A todas las madres, de todas las generaciones
- Lic. Karina Palomo Pesci

- 17 oct
- 2 Min. de lectura

Hay una historia que se repite en el tiempo, con distintos nombres, edades y contextos: la historia de las madres.
Las que ya no están, pero dejaron huellas invisibles que todavía nos acompañan.
Las que hicieron lo que pudieron, aunque no siempre fue perfecto.
Las que quisieron ser madres y no pudieron, o las que lo fueron sin haberlo elegido.
Las que "maternan" proyectos, vínculos, ideas o comunidades, porque la maternidad — en su sentido más profundo — no siempre se traduce en biología, sino en la capacidad de cuidar, sostener y amar.
Cada generación vivió sus propias crisis, conflictos y emociones. Las madres de antes, tal vez más silenciosas, cargaban con mandatos que hoy intentamos resignificar. Las de hoy, con más voz, se enfrentan al desafío de conciliar su vida personal, familiar y profesional en una sociedad que, aunque proclama igualdad, sigue exigiendo que la mujer pueda con todo.
Y entre esos extremos (la perfección imposible y la culpa heredada) surge la necesidad de una nueva mirada. Una mirada que honre sin idealizar. Que agradezca sin negar lo que dolió. Una mirada capaz de reconocer la fuerza de quienes nos dieron la vida y, al mismo tiempo, la libertad de diseñar la nuestra.
Hoy el deseo es simple y profundo: honrar a las mujeres desde la alegría, soltando prejuicios, dolores y exigencias para poder parar, respirar y mirar dónde estamos. Porque en cada historia, incluso en aquellas marcadas por ausencias o pérdidas difíciles de nombrar, late una fuerza silenciosa que nos invita a volver a la vida desde otro lugar.
Hay madres que cargan con el dolor de haber despedido a un hijo demasiado pronto, y aun así siguen enseñando lo que es amar sin medida. Otras que encuentran en un proyecto, un gesto o una vocación, la manera de transformar el amor en algo que trasciende.
Cada una, a su manera, continúa tejiendo lazos invisibles que conectan con la paz, con el perdón y con esa ternura que solo nace cuando se elige seguir viviendo desde el amor.
Sanar también es agradecer. Agradecer lo vivido, lo aprendido, lo que fue y lo que no pudo ser. Agradecer la posibilidad de diseñar una nueva etapa, donde la vida vuelve a florecer, aunque haya cicatrices.
Porque cuando una mujer se anima a crear —un nuevo proyecto, un sueño, una manera distinta de estar en el mundo—, está también honrando la vida. Y esa es la forma más pura de maternidad: la que nace del amor, se sostiene en la paz y se expresa en la alegría.
Hoy, al mirar hacia atrás y también hacia adelante, podemos elegir agradecer.
Agradecer por las historias que nos formaron, por las madres que nos dieron la vida, por las que nos inspiran desde la distancia, y por las que hoy siguen enseñándonos a vivir con el corazón abierto.
Que cada mujer, en el momento vital que transite, pueda encontrar en sí misma el espacio para florecer y dar forma, con gratitud y ternura, a una nueva acuarela de su vida.
¡FELIZ DÍA Y FELIZ VIDA!



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