Conciliación entre familia y trabajo: el silencio de los hombres
- Lic. Karina Palomo Pesci

- 19 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 14 sept

Cuando se habla de conciliación familia-trabajo, la mayoría de los artículos y reflexiones se centran en la mujer: sus múltiples roles, la carga mental, el desafío de sostener la vida laboral y personal. Sin embargo, poco se habla del hombre y de lo que ocurre en él cuando la pérdida de un empleo irrumpe en su vida.
El peso del mandato de proveedor
Para muchos hombres, criados en familias donde el rol masculino estaba fuertemente asociado al de proveedor, quedarse sin trabajo es algo más que un golpe económico: es un cuestionamiento a su identidad. El mandato de mostrarse fuerte, de no expresar miedo ni angustia, muchas veces ha empujado a canalizar esas emociones en formas poco sanas: violencia, vicios, silencios prolongados o un repliegue interno que termina afectando a todo el sistema familiar.
El impacto en la familia
Cuando esas emociones no son acompañadas por un profesional idóneo, dejan huellas profundas en los vínculos. El malestar no queda encapsulado en la persona: se filtra en la dinámica familiar, en la relación de pareja, en la crianza de los hijos y en la forma de comunicarse. Lo que podría haberse resuelto con acompañamiento y diálogo, muchas veces se convierte en resentimientos y patrones que se heredan de generación en generación.
El silencio como herida
Para el hombre, comunicar lo que siente puede ser interpretado como un signo de debilidad. La sociedad, la cultura y la historia familiar han enseñado que “callar” es signo de fortaleza y que “abrirse” implica incapacidad. Así, se instala la incomunicación como una barrera invisible que lo aísla, justo en el momento en que más necesita apoyo.
De la incomunicación al encuentro
Transformar esta incomunicación en comunicación es posible. No se trata de un cambio brusco, sino de pequeños pasos:
Reconocer las propias emociones sin juzgarlas.
Hablar con la pareja o un ser querido desde la vulnerabilidad.
Buscar acompañamiento profesional como un recurso de crecimiento y no como un signo de incapacidad.
Entender que compartir lo que duele es un acto de valentía y madurez.
Un nuevo comienzo
La pérdida de un empleo puede sentirse como una expulsión de un espacio seguro. Sin embargo, también puede ser la oportunidad de construir una mirada distinta: dejar atrás rencores, enojos y miedos para transformarse en una persona con experiencia, madurez y resiliencia frente a los cambios.
Ver lo positivo no significa negar la dificultad, sino comprender que la familia no es un lugar donde descargar frustraciones, sino un espacio de contención, cuidado y amor. Allí se encuentran las raíces para nutrirse de fortaleza y salir adelante.
Hacia vínculos más humanos
La conciliación familia-trabajo no es solo un tema de organización de horarios o responsabilidades. Es también un tema de humanidad, de reconocer que los hombres —al igual que las mujeres— necesitan espacios para expresar, sanar y reconstruirse. Cuando se animan a hacerlo, no solo se transforman ellos, sino también el clima y la salud emocional de toda la familia.



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