top of page

Cuando la luz se apaga en el trabajo


ree

Hay personas que llegan a un equipo con una energía que contagia. Que irradian alegría, entusiasmo, compromiso. Que hacen que el ambiente se sienta más liviano. Pero, a veces, esa misma persona empieza a cambiar. Ya no sonríe como antes. Su tono de voz se vuelve más seco, más duro. Aparece el mal humor, el cansancio, el enojo. Y poco a poco deja de ser un referente positivo para convertirse en alguien que incomoda, que parece entorpecer más que aportar.

Desde afuera, muchos piensan: “está atravesando una crisis personal” o “seguro tiene problemas en su vida privada”. Pero no siempre es así. A veces, lo que hay detrás es una historia silenciosa de desgaste. Una sumatoria de hechos que ocurren bajo un liderazgo que no escucha, que manipula, que exige sin nutrir. Un liderazgo que cambia las reglas sin avisar, que descalifica, que hace sentir que nunca alcanza, que nunca es suficiente.

Y lo más desgastante sucede cuando, con valentía, se intenta abrir un espacio de diálogo. Cuando la persona busca expresar lo que siente o lo que percibe, esperando comprensión o al menos un intercambio constructivo. Pero ese intento se malinterpreta, se descalifica, se toma como un gesto de rebeldía o de debilidad. Las palabras se sacan de contexto y, lejos de encontrar un puente, se convierten en pruebas en su contra. Lo que debería ser una oportunidad de entendimiento se transforma en un escenario de mayor vulnerabilidad.

Lo más doloroso es cuando esa persona empieza a creer que el problema es ella. Que todo lo que ocurre es su culpa. Que la decisión de correrla de un rol o desplazarla tiene sentido porque “algo le falta”. Y esa idea no surge sola: se alimenta día a día con gestos y mensajes sutiles. Con indirectas que la señalan, con comentarios lanzados frente a otros que buscan exponerla, con insinuaciones que la dejan en evidencia. Incluso los buenos vínculos que había construido dentro del equipo empiezan a resquebrajarse, porque el liderazgo utiliza esos lazos para castigarla: la aísla, la coloca en un lugar incómodo, hace correr rumores disfrazados de preocupación. La victimiza con un mensaje entre líneas, mostrando una falsa compasión que en realidad es otra forma de exponerla, sembrando dudas sobre su capacidad y dañando poco a poco su reputación.

Ese mecanismo erosiona la dignidad. Apaga la chispa. Y convierte a alguien valioso en una sombra de lo que era.

¿Se puede volver a brillar después de algo así? Sí. Pero no con más exigencia ni con frases hechas de “ponéle onda”. Se necesita un espacio de contención real, de escucha, de reparación.

La Orientación Familiar no trae fórmulas mágicas ni recetas rápidas. Es un espacio donde la persona puede poner en palabras lo que nunca fue escuchado en su trabajo: la angustia, la bronca, la confusión. Un lugar donde no hace falta justificarse ni defenderse, solo ser reconocida en su valor. Desde esa escucha sincera empieza el camino de volver a creerse capaz, de recuperar la confianza y de reencontrarse con esa parte luminosa que parecía apagada.


Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page